Los monos antropomorfos se fueron acostumbrando a prescindir
de las manos para caminar y empezaron a adoptar más una posición erecta. Fue el
paso decisivo para el tránsito del mono al hombre. Las funciones, para las que
nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco sus manos durante los muchos
miles de años que dura el período de transición del mono al hombre, sólo
pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas.
Los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron
necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó el órgano: la
laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente,
mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más perfectas.
Primero el trabajo, luego y con él la palabra articulada,
fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono
se fue transformando gradualmente en cerebro humano. Y a medida que se
desarrollaba el cerebro, desarrollábanse también sus instrumentos más
inmediatos: los órganos de los sentidos.
El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio,
la creciente claridad de conciencia, la capacidad de abstracción y de
discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y la
palabra, estimulando más y más su desarrollo.
La exploración rapaz contribuyó en alto grado a la
humanización de nuestros antepasados, pues amplió el número de plantas y las
partes de éstas utilizadas en la alimentación por aquella raza de monos que
superaba con ventaja a todas las demás en inteligencia y en capacidad de
adaptación.
El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos.
Los hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus
pensamientos, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades. Así fue
como, con el transcurso del tiempo, surgió esa concepción idealista del mundo
que ha dominado el cerebro de los hombres: idea sobre el origen del hombre.
Lo único que pueden hacer los animales es utilizar la
naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El
hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina.
Ésta es la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales
que viene a ser efecto del trabajo. Pertenecemos a la naturaleza, y todo
nuestro dominio sobre ella consiste y somos capaces de conocer sus leyes y de
aplicarlas adecuadamente.
Nos hallamos en condiciones de prever y de controlar las
remotas consecuencias naturales de nuestros actos en la producción.
Si han sido precisos miles de años para que el hombre
aprendiera a prever las remotas consecuencias naturales de sus actos dirigidos
a la producción, mucho más le costó aprender a calcular las remotas
consecuencias sociales de esos mismos actos.
Confrontando y analizando los materiales proporcionados por
la historia, vamos aprendiendo poco a poco a conocer las consecuencias sociales
indirectas y más remotas de nuestros actos en la producción, lo que nos permite
extender también a estas consecuencias nuestro dominio y nuestro control. Sin
embargo, para llevar a cabo este control se requiere una revolución que
transforme por completo el modo de producción existente hasta hoy día y, con
él, el orden social vigente.
Con el actual modo de producción, y por lo que respecta
tanto a las consecuencias naturales como a las consecuencias sociales de los
actos realizados por los hombres, lo que interesa preferentemente son sólo los
primeros resultados.
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